Lee para el estudio de esta semana:
Éxodo 7: 8–10: 29; Números 33: 4; Romanos 1: 24–32; Salmos 104: 27, 28; Isaías 28: 2, 12–17; Isaías 44: 9, 10, 12–17.
Para memorizar
«Y tal como el Señor lo había dicho por medio de Moisés, el corazón de Faraón se endureció y no dejó ir a los israelitas» (Éxo. 9: 35).
Cierto granjero intentaba que su burro se moviera, pero el animal no lo hacía. Tomó entonces una rama gruesa y lo azotó. Volvió a hablar al burro, y este empezó a moverse.
Cuando alguien preguntó al granjero por qué su técnica había funcionado con el terco animal, respondió: «Lo primero fue llamar su atención».
Dejando a un lado cualquier cuestión acerca de la crueldad contra los animales, hay un punto que señalar aquí, especialmente en el contexto del Éxodo de los hebreos fuera de Egipto. Moisés había recibido órdenes de marchar y se dirigió al faraón con las famosas palabras shalaj et ami: «¡Deja ir a mi pueblo!».
Sin embargo, el faraón no quiso dejar marchar al pueblo de Dios. Las Escrituras no explican por qué el gobernante se mostraba tan reacio, más allá de la amenaza militar que los egipcios temían que los hebreos pudieran representar (ver Éxo. 1: 10). Lo más probable es que, como suele ocurrir con la esclavitud, la razón de su negativa fuera puramente económica. Los hebreos eran mano de obra barata, por lo que no quería perder las ventajas financieras que estos esclavos le proporcionaban. Haría falta, pues, cierta persuasión no solo para llamar su atención, sino también para hacerlo cambiar de opinión.
Lee Éxodo 7: 8 al 15. ¿Qué lecciones se desprenden de este primer enfrentamiento entre el Dios de los hebreos y los dioses de Egipto?
Las batallas venideras iban a ser entre el Dios vivo y los «dioses» egipcios. Lo que empeoraba la situación era que el faraón se consideraba uno de esos dioses. El Señor no luchaba contra los egipcios, ni siquiera contra Egipto en sí, sino contra sus dioses (los egipcios veneraban a más de 1.500 deidades). El texto bíblico es explícito al respecto: «Y ejecutaré mi sentencia contra todos los dioses de Egipto. Yo soy el Señor» (Éxo. 12: 12, NVI). Esto es destacado nuevamente más adelante al relatar el viaje de Israel desde Egipto: «El Señor también dictó sentencia contra los dioses egipcios» (Núm. 33: 4, NVI).
Un ejemplo de esta sentencia contra esos dioses fue el milagro de la vara convertida en serpiente (Éxo. 7: 9-12). En Egipto, la diosa Uadyet era personificada como una cobra y representaba el poder soberano sobre el Bajo Egipto. La figura de esta serpiente aparecía en la corona del faraón, signo de su poder, presunta divinidad, realeza y autoridad, ya que la diosa así representada escupía veneno a sus enemigos. Los egipcios también creían que la serpiente sagrada guiaría al faraón a su existencia futura tras la muerte.
Cuando la vara de Aarón se convirtió en serpiente y devoró a las otras en presencia del rey, quedo demostrada la supremacía del Dios vivo sobre la magia y la hechicería egipcias. El emblema del poderío del faraón no solo fue derrotado, sino que Aarón y Moisés lo tuvieron en sus manos (Éxo. 7: 12, 15). La confrontación inicial demostró el poder y el señorío de Dios sobre Egipto. Como representante de Dios, Moisés tenía mayor autoridad y poder que el propio «dios» faraón.
También es significativo que los antiguos egipcios consideraran sagrado y veneraran al dios serpiente Nehebkau («el que domina a los espíritus»). Según su mitología, esta deidad era muy poderosa en virtud de que había devorado siete cobras. Dios mostró así a los egipcios que él, no el dios serpiente, es quien posee el poder y la autoridad soberanos. Después de semejante confrontación, pudieron comprender este mensaje de manera inmediata e inequívoca.
¿Cómo podemos permitir que el Señor sea soberano sobre cualquier «dios» que pretenda la supremacía en nuestra vida?
Lee Éxodo 7: 3, 13, 14 y 22. ¿Cómo entendemos estos textos?
El endurecimiento del corazón del faraón es atribuido a Dios nueve veces en Éxodo (Éxo. 4: 21; 7: 3; 9: 12; 10: 1, 20, 27; 11: 10; 14: 4, 8; ver también Rom. 9: 17, 18). Otras nueve veces se dice que fue el gobernante egipcio mismo quien endureció su propio corazón (Éxo. 7: 13, 14, 22; 8: 15, 19, 32; 9: 7, 34, 35). Entonces, ¿quién endureció el corazón del rey: Dios o el propio faraón?
Es significativo que, en la historia de las diez plagas del Éxodo, el faraón fue el único responsable del endurecimiento de su corazón en cada una de las primeras cinco. Por lo tanto, él inició el endurecimiento de su propio corazón. Sin embargo, a partir de la sexta plaga, el texto bíblico afirma que fue Dios quien endureció el corazón del faraón (Éxo. 9: 12). Esto significa que Dios fortaleció o profundizó la propia decisión del faraón y su actuación voluntaria, como lo había anunciado a Moisés (Éxo. 4: 21).
En otras palabras, Dios envió plagas para ayudar al faraón a arrepentirse y liberarlo de su confusión mental y sus errores. Dios no aumentó la maldad en el corazón del faraón, sino que simplemente lo dejó en libertad de ceder a sus propios impulsos malignos. Ya sin la gracia restrictiva de Dios, el gobernante egipcio quedó a merced de su propia maldad (ver Rom. 1: 24-32).
El faraón tenía libre albedrío. Podía aceptar a Dios o rechazarlo, y decidió rechazarlo.
Las lecciones que se desprenden de esto son obvias. Se nos ha dado la capacidad de elegir entre lo correcto y lo incorrecto, entre el bien y el mal, entre la obediencia y la desobediencia. Desde Lucifer en el Cielo y hasta nosotros hoy, pasando por Adán y Eva en el Edén y el faraón en Egipto, solo hay dos elecciones posibles: la vida o la muerte (Deut. 30: 19).
De acuerdo con una conocida analogía, el mismo Sol que derrite la mantequilla endurece la arcilla. El calor del Sol es el mismo en ambos casos, pero hay dos reacciones diferentes y dos resultados distintos en respuesta a él. El efecto depende del material. En el caso del faraón, su respuesta dependía de las actitudes de su corazón hacia Dios y su pueblo.
¿Qué decisiones tomarás en los próximos días haciendo uso de tu libre albedrío? Si sabes cuál es la decisión correcta, ¿cómo puedes prepararte para tomarla?
Las diez plagas de Egipto no iban dirigidas contra el pueblo egipcio, sino contra sus dioses. Cada plaga golpeaba al menos a uno de ellos.
Lee Éxodo 7: 14 a 8: 19. ¿Qué ocurrió al desencadenarse estas plagas?
Dios indicó a Moisés que el diálogo con el faraón sería difícil y casi imposible (Éxo. 7: 14). Sin embargo, el Señor quería revelarse al faraón y a los egipcios. Por lo tanto, decidió comunicarse con ellos de una manera que pudieran entender. Además, los hebreos se beneficiarían de esta confrontación porque aprenderían más acerca de su Dios.
La primera plaga iba dirigida contra Hapi, el dios del Nilo (Éxo. 7: 17-25). La vida en Egipto dependía totalmente del agua de ese río. Donde había agua, había vida. El agua era la fuente de la vida, así que inventaron un dios, Hapi, y lo adoraron como proveedor de vida.
Por supuesto, solo el Dios vivo es la Fuente de la vida, el Creador de todo, incluidos el agua y los alimentos (Gén. 1: 1, 2, 20-22; Sal. 104: 27, 28; 136: 25; Juan 11: 25; 14: 6). Transformar el agua en sangre simboliza transformar la vida en muerte. Hapi no era capaz de dar ni de proteger la vida. Esto solamente es posible mediante el poder del Señor.
Dios dio entonces otra oportunidad al faraón. El Señor se enfrentó esta vez directamente a Heket, la diosa de las ranas (Éxo. 8: 1-15). En lugar de vida, el Nilo produjo ranas, que los egipcios temían y detestaban. Quisieron deshacerse de ellas. El momento preciso en que esta plaga fue eliminada demostró que el poder de Dios también estaba detrás de ella.
La tercera plaga tiene la descripción más breve (Éxo. 8: 16-19). No es posible saber con certeza qué tipo de insectos (heb. kinnim) intervinieron. Pudieron ser mosquitos, garrapatas o piojos. La plaga estaba dirigida contra Geb, el dios egipcio de la tierra. Del polvo de ella (ecos de la historia bíblica de la Creación), Dios hizo salir los insectos que se extendieron por doquier. Incapaces de duplicar este milagro (solo Dios puede crear vida), los magos declararon: «Dedo de Dios es este» (Éxo. 8: 19). Sin embargo, el faraón se negó a ceder.
Piensa en cuán duro era el corazón del faraón. El rechazo repetido de las indicaciones de Dios no hizo más que empeorar su condición. ¿Qué lecciones hay aquí para cada uno de nosotros acerca del rechazo constante de las exhortaciones del Señor?
Lee Éxodo 8: 20 a 9: 12. ¿Qué enseña este relato acerca de la libertad humana de rechazar a Dios aun teniendo delante las mayores manifestaciones de su poder y su gloria?
Wadjet era la diosa egipcia de las moscas y los pantanos. A su vez, el dios Jepri (la deidad del sol naciente, la creación y el renacimiento) era representado con la cabeza de un escarabajo. Estos «dioses» fueron derrotados por el Señor. Mientras que los egipcios sufrían, los hebreos estaban protegidos (Éxo. 8: 20-24). De hecho, ninguna otra plaga los afectó.
De nuevo, todo esto fue un intento de Dios de hacer saber al faraón que «yo soy el Señor en medio de la tierra» (Éxo. 8: 22).
El faraón empezó a negociar. Sin duda, la presión iba en aumento. Estaba dispuesto a que Israel adorara a su Dios y le ofreciera sacrificios, pero solo en la tierra de Egipto (Éxo. 8: 25). Sus condiciones no podían ser cumplidas pues algunos de esos animales eran considerados sagrados allí. Sacrificarlos habría provocado la violencia de los egipcios contra los hebreos. Además, la propuesta de faraón no era el plan de Dios para Israel.
Mientras tanto, la siguiente plaga (Éxo. 9: 1-7) cae sobre el ganado. Hathor, la diosa egipcia del amor y la protección, era representada con cabeza de vaca. El dios toro Apis también era muy popular y apreciado en el antiguo Egipto. Por lo tanto, esas otras deidades principales fueron derrotadas al morir el ganado de los egipcios durante la quinta plaga.
En la sexta plaga (Éxo. 9: 8-12) se pone de manifiesto la derrota total de Isis, la diosa de la medicina, la magia y la sabiduría. También vemos la derrota de deidades como Sejmet (diosa de la guerra y las epidemias) e Imhotep (dios de la medicina y la curación), incapaces de proteger a sus propios adoradores. Irónicamente, ahora incluso los magos y los hechiceros están tan afligidos que no pueden comparecer ante el tribunal, lo que demuestra que están indefensos ante el Creador del Cielo y de la Tierra.
Por primera vez en el relato de las diez plagas, un texto dice que «el Señor endureció el corazón de Faraón» (Éxo. 9: 12). Por confusa que pueda resultar esta frase, cuando se entiende en su contexto deja en claro que el Señor permite que los seres humanos cosechen las consecuencias de su continuo rechazo hacia él.
El problema del faraón no era de índole intelectual, ya que contaba con suficiente evidencia para tomar la decisión correcta. Era, en cambio, un problema espiritual. ¿Qué debería decirnos esto acerca de por qué debemos guardar nuestro corazón?
Lee Éxodo 9: 13 a 10: 29. ¿Hasta qué punto consiguen estas plagas que el faraón cambie de opinión?
Nut era la diosa egipcia del Cielo, y a menudo se la representaba controlando lo que ocurría bajo el Cielo y en la Tierra. Osiris era el dios de las cosechas y la fertilidad. En la Biblia, el granizo se asocia a menudo con el juicio de Dios (Isa. 28: 2, 17; Eze. 13: 11-13). Durante esta plaga, quienes resguardaran sus bienes en un lugar seguro estarían protegidos (Éxo. 9: 20, 21). Todos son ahora puestos a prueba. ¿Creerán a Dios y actuarán en consecuencia o no?
Dios anuncia que su propósito al dejar vivir al faraón es que toda la tierra conozca al Señor (Éxo. 9: 16). El rey de Egipto confiesa ahora que ha pecado, pero más tarde cambia de opinión.
El dios egipcio de la tormenta, la guerra y el desorden se llamaba Seth. Tanto él como Isis eran además considerados deidades de la agricultura. Shu era el dios de la atmósfera. Serapis personificaba la majestad divina, la fertilidad, la curación y la vida después de la muerte. Sin embargo, ninguno de los dioses egipcios podía detener los juicios de Dios (Éxo. 10: 4-20) porque los ídolos no son nada (Isa. 44: 9, 10, 12-17).
Los siervos del faraón lo instaron a que dejara marchar a Israel, pero él volvió a negarse. Hizo un ofrecimiento que Moisés rechazó con razón, pues las mujeres y los niños son una parte vital e inseparable del culto y de la comunidad de fe.
Por último, Ra era la principal deidad egipcia, el dios del Sol, mientras que Tut era un dios lunar. Sin embargo, ninguno de ellos era capaz de proveer luz. El faraón intenta nuevamente negociar, aunque sin éxito. Un período de tres días de oscuridad asoló Egipto, pero había luz donde vivían los israelitas. La separación no podía ser más espectacular.
Sin embargo, a pesar de la disciplina divina recibida por la nación, el faraón estaba decidido a luchar y a no cejar en su empeño. Aunque no conocemos sus motivos más profundos, su actitud pudo haberse tornado en cierto punto una cuestión de mero orgullo. No importaba cuán poderosa fuera la evidencia ni cuán obvio resultara lo que estaba sucediendo. Incluso sus propios sirvientes declararon: «¿Hasta cuándo este hombre nos ha de ser un lazo? Deja ir a esos hombres, para que sirvan al Señor su Dios. ¿No sabes aún que Egipto está destruido?» (Éxo. 10: 7). Tampoco importaba que la opción correcta estuviera justo delante de él. Tras vacilar un poco, el faraón seguía negándose a rendirse a la voluntad de Dios y a dejar ir al pueblo.
Cuán dramático ejemplo de las palabras: «La soberbia precede a la ruina, y la altivez de espíritu a la caída» (Prov. 16: 18).
Lee el capítulo titulado «Las plagas de Egipto» en el libro Patriarcas y profetas, de Elena G. de White, pp. 237-246.
«[Dios] permitió que su pueblo experimentara la terrible crueldad de los egipcios para que no fueran engañados por la degradante influencia de la idolatría. En su trato con el faraón, el Señor mostró su odio por la idolatría, y su firme decisión de castigar la crueldad y la opresión. [...]
»Dios había declarado tocante a Faraón: “Pero yo endureceré su corazón, de modo que no dejará ir al pueblo” (Éxo. 4: 21). No se ejerció un poder sobrenatural para endurecer el corazón del rey. Dios dio al faraón las muestras más evidentes de su divino poder; pero el monarca se negó obstinadamente a aceptar la luz. Toda manifestación del poder infinito que él rechazara lo empecinó más en su rebelión. El principio de rebelión que el rey sembró cuando rechazó el primer milagro, produjo su cosecha» (Elena G. de White, Patriarcas y profetas, p. 273).
«El Sol y la Luna eran para los egipcios objetos de adoración; en esas tinieblas misteriosas, tanto la gente como sus dioses fueron heridos por el poder que había patrocinado la causa de los siervos. Sin embargo, por espantoso que fuera, este castigo evidenciaba la compasión de Dios y su falta de voluntad para destruir. Estaba dando a la gente tiempo para reflexionar y arrepentirse antes de enviarles la última y más terrible de las plagas» (Patriarcas y profetas, p. 246).
Preguntas para dialogar:
Reflexiona acerca de por qué el faraón se endureció tanto contra la opción obviamente correcta; a saber, ¡dejar ir al pueblo! ¿Cómo puede alguien engañarse tanto a sí mismo? ¿Qué advertencia representa esto para nosotros acerca del peligro de obstinarnos en el pecado al punto de tomar decisiones desastrosas aunque el camino correcto esté ante nosotros todo el tiempo? ¿Qué otros personajes bíblicos cometieron el mismo error? Piensa, por ejemplo, en Judas.
En un momento dado, en medio de la devastación que el faraón había acarreado a su propia tierra y a su pueblo, declaró: «He pecado esta vez. El Señor es justo, y yo y mi pueblo impíos» (Éxo. 9: 27). Aunque esa era una maravillosa confesión de pecado, ¿cómo sabemos que no era sincera?
Explora un recorrido temático por los eventos clave de la historia de Israel, desde las plagas de Egipto hasta la construcción del Tabernáculo, con el objetivo de extraer lecciones prácticas y espirituales aplicables a la vida del creyente de hoy. Este estudio bíblico en PDF y en línea busca mostrar cómo la historia de Israel sirve como advertencia e instrucción, permitiendo comprender y aplicar sus principios espirituales en nuestra vida cotidiana. Incluye una introducción y trece lecciones detalladas: desde la opresión y el nacimiento de Moisés, pasando por la zarza ardiente, las plagas, la Pascua, la apertura del Mar Rojo, hasta el Pan y el Agua de Vida, el pacto en el Sinaí, cómo vivir la Ley, la apostasía e intercesión, la petición de ver la gloria de Dios, y finalmente, la construcción del Tabernáculo. Cada lección está disponible en PDF y en línea, facilitando el estudio personal, grupal o en clases bíblicas. Aprovecha estos recursos gratuitos para profundizar en la historia bíblica, fortalecer tu fe y entender cómo los principios de Israel pueden guiar y transformar tu vida espiritual hoy.
Lección 12: Para el 20 de septiembre de 2025
“TE RUEGO QUE ME MUESTRES TU GLORIA”
Sábado 13 de septiembre
LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA:
Éxodo 33:7-34:35; Deuteronomio 18:15, 18; Juan 17:3; Romanos 2:4; Juan 3:16; 2 Corintios 3:18.
PARA MEMORIZAR: “El Señor pasó ante Moisés y proclamó: ‘¡Señor! ¡Señor! ¡Dios compasivo y bondadoso, lento para la ira, y grande en amor y fidelidad! Que mantiene su invariable amor a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y no da por inocente al culpable; que castiga la iniquidad de los padres en los hijos y los nietos hasta la tercera y cuarta generación’ ” (Éxo. 34:6, 7).
Todos necesitamos crecer en nuestra experiencia personal con Dios. El apóstol Pedro exhorta: “Crezcan en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Ped. 3:18). Estamos diariamente en la universidad de Dios, donde no hay graduación, sino un constante proceso de aprendizaje. Puedes ser perfecto en cada etapa de tu desarrollo si permites que Dios te moldee a imagen de Cristo para convertirte en la persona que quiere que seas. Piensa en una escuela. Si los alumnos de primer grado aprenden a leer y a contar hasta 100, reciben una calificación aprobatoria porque su conocimiento es perfecto en esa etapa de su desarrollo. Sin embargo, si se detectara solo ese mismo nivel de conocimiento en un estudiante de secundaria, eso indicaría un fracaso colosal en su educación. Algo similar ocurre con nuestro crecimiento en la gracia y el conocimiento de Dios. En cada etapa de nuestro desarrollo, podemos ser tan perfectos en nuestra esfera como Cristo lo fue en la suya. Esta semana estudiaremos cómo fue creciendo Moisés en su experiencia con el Señor como resultado de conocer y seguir las instrucciones de Dios.
Domingo 14 de septiembre
LA TIENDA DE REUNIÓN
Lee Éxodo 33:7 al 11. ¿Por qué pidió Dios a Moisés que hiciera la tienda de reunión? No debemos confundir “la tienda de reunión” (ubicada fuera del campamento de Israel) con el Tabernáculo, que fue construido más tarde y colocado en el centro del campamento. No sabemos con qué frecuencia consultaba Moisés a Dios en la tienda de reunión. Sin embargo, sabemos con certeza que los encuentros de Moisés con Dios dieron lugar a una estrecha amistad entre ellos. “Y el Señor hablaba con Moisés cara a cara, como quien habla con su amigo” (Éxo. 33:11).
Un amigo es una persona cuya opinión podemos solicitar y con la que podemos hablar abiertamente de casi todo y confiar en que nunca revelará el contenido de nuestro diálogo a otros. La amistad es una de las mayores bendiciones que podemos disfrutar de parte de alguien y brindar a otros. La historia de Moisés, registrada en Éxodo 19 a 34, resulta muy instructiva acerca de cómo transforma Dios nuestra vida. ¿Cómo construyó Dios una relación con Moisés, ese líder excepcional? Un estudio de la vida de este muestra cómo creció en su conocimiento del poder, el amor y el carácter de Dios. Este es un componente crucial de una relación con el Señor. Moisés fue utilizado poderosamente por Dios aun antes de llegar al monte Sinaí, incluso mientras era preparado para su futuro papel especial de liderazgo.
En la tierra de Madián, mientras cuidaba ovejas, Dios lo inspiró para escribir dos libros: Job y Génesis. Luego, en el dramático acontecimiento de la zarza ardiente, fue llamado por Dios para sacar a Israel de Egipto. Vio la derrota de los dioses egipcios y del poderoso ejército del faraón en el Mar Rojo. Observó durante muchas semanas cómo Dios conducía a Israel desde Egipto hasta el Sinaí. Después de la experiencia que resultó en el resplandor de su rostro, Moisés guio a Israel durante otros 39 años hasta los límites de la Tierra Prometida.
La Biblia afirma que Moisés fue un siervo fiel de Dios (Deut. 34:5; Jos. 1:1), un faro inextinguible en la oscuridad, un profeta modelo a la luz del cual habrían de ser medidos los demás (Deut. 18:15, 18). Fue un agente de cambio, aunque el pueblo no siempre siguiera sus indicaciones y sus palabras. Cuando lo hacían, prosperaban. La excepcional historia de Moisés nos muestra lo que Dios puede hacer cuando le permitimos que nos transforme. ¿Cuáles fueron algunos momentos decisivos de tu experiencia con Dios en los que reconociste la forma en que él obró poderosamente en tu vida?
Lunes 15 de septiembre |
PARA QUE TE CONOZCA
Lee Éxodo 33:12 al 17. ¿Qué pidió Moisés al Señor? ¿Por qué requirió que la presencia de Dios los guiara? El crecimiento de Moisés en el Señor fue constante. Se acercaba cada vez más al Señor y procuraba asemejarse a él. Cierto día, mientras conversaba con Dios en la tienda del encuentro, Moisés se dio cuenta de que no lo conocía y le dijo concretamente: “Te ruego que me muestres tu camino, para que te conozca” (Éxo. 33:13). Él era consciente de su profunda necesidad de comprender a Dios en un nuevo nivel.
Descubrió que cuanto más conocía al Señor más lo desconocía. Reconoció su necesidad y deseó de todo corazón conocerlo mejor. Dios concedió de buen grado el deseo de Moisés. Al observar las experiencias de Moisés hasta ahora, vemos que fue atraído a una relación más profunda e íntima con el Señor y que creció espiritualmente. Para empezar, subió al monte “a presentarse ante Dios” (Éxo. 19:3). Luego fue “a la cumbre del monte” (Éxo. 19:20) y después se acercó a la nube, “la densa oscuridad” en la que Dios se encontraba (Éxo. 20:21, NVI).
En otra ocasión, Moisés “se internó en la nube” donde estaba Dios y permaneció con el Señor cuarenta días y cuarenta noches (Éxo. 24:18, NVI). Durante ese tiempo, Dios hizo a Moisés dos preciosos regalos: (1) el Decálogo, escrito por Dios mismo en las dos tablas cinceladas también por él (Éxo. 24:12), y (2) las instrucciones acerca de cómo construir el Tabernáculo y dotarlo del mobiliario correspondiente (ver Éxo. 25-31). Luego pasó otros cuarenta días y noches con el Señor intercediendo por los pecadores (Éxo. 32:30-32; Deut. 9:18).
Sin embargo, incluso después de todo esto, Moisés deseaba conocer el carácter de Dios de forma más concreta, y Dios pronto le dio una visión especial para que pudiera comprender quién es él. Este conocimiento que Moisés deseaba no era una mera comprensión intelectual acerca de Dios, sino un conocimiento vivencial de su persona. No es de extrañar que siglos más tarde Jesús dijera: “Y esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú has enviado” (Juan 17:3). La máxima revelación que Dios hizo de sí mismo a los seres humanos consistió en hacerse uno de ellos. ¿Conoces a Dios, o solo sabes acerca de él? ¿Cuál es la diferencia crucial entre ambas cosas?
Martes 16 de septiembre
“TE RUEGO QUE ME MUESTRES TU GLORIA”
Tras la apostasía con el becerro de oro, Moisés intercedió por el pueblo de Dios y quiso tener la seguridad de que el Señor seguiría conduciéndolos a la Tierra Prometida. En lo más profundo de su ser, también deseaba conocer mejor al Señor. Lee Éxodo 33:18 al 23. ¿Cómo respondió Dios a la petición de Moisés de ver su gloria? “Te ruego que me muestres tu gloria”, pidió Moisés al Señor. En su misericordia, el Señor le reveló su gloria. Sin embargo, al responder a la petición de Moisés, Dios prometió mostrarle su “bondad”.
Se puede concluir con seguridad que la gloria de Dios es su bondad; es decir, su carácter (ver también Elena de White, Los hechos de los apóstoles, p. 476; Palabras de vida del gran Maestro, p. 342; Profetas y reyes, p. 232). “La gloria de Dios consiste en otorgar su poder a sus hijos. Desea ver a los hombres alcanzar la más alta norma” (Elena de White, Los hechos de los apóstoles, p. 438). Su gloria es abrazar a los pecadores arrepentidos (ver Profetas y reyes, p. 493) y proveer todo lo necesario para la transformación de ellos. Al mismo tiempo, es nuestra “gloria” revelar su carácter en nuestra vida y darlo a conocer a los demás.
Este reflejo del carácter de Dios, su bondad, amabilidad y tierno amor, debe verse en nuestras acciones. De esta manera, tenemos la oportunidad de ser no solo una bendición para el mundo, sino una luz resplandeciente para el universo que nos observa. Como dice Pablo: “Porque pienso que Dios nos asignó a nosotros los apóstoles el último lugar, como a sentenciados a muerte. Hemos llegado a ser un espectáculo para todo el universo, tanto para los ángeles como para los hombres” (1 Cor. 4:9).
Esta dimensión cósmica da a nuestra vida y a nuestro servicio un sentido y una finalidad que apenas podemos imaginar. En Romanos 2:4, Pablo dice que la bondad de Dios nos “guía al arrepentimiento”. Es decir, son la bondad y el carácter señaladas por el Espíritu Santo los que convencen a las personas de su pecaminosidad y de su necesidad de salvación. De hecho, cuando miramos a la cruz y sabemos quién estaba allí (el Señor mismo) y por qué estaba allí –porque nos ama y porque esa era la única manera de salvarnos–, tenemos la mayor revelación posible de su bondad y su carácter. ¿Cuánto tiempo dedicas a concentrarte en la cruz y en lo que ella te dice acerca del carácter de Dios?
Miércoles 17 de septiembre
DIOS SE REVELA
Lee Éxodo 34:1 al 28. ¿Cómo reveló Dios su gloria a Moisés? Moisés tenía que llevar consigo dos tablas de piedra como las que había roto (Éxo. 32:19). Iba a encontrarse con el Señor en el monte Sinaí por séptima vez. Sus ascensiones anteriores son mencionadas en los siguientes textos: (1) Éxo. 19:3, 7; (2) Éxo. 19:8, 14; (3) Éxo. 19:20, 25; (4) Éxo. 20:21; 24:3; (5) Éxo. 24:9, 12-18; 32:15; (6) Éxo. 32:30, 31.
Moisés comenzó su ascenso por la mañana temprano. Moisés ya estaba preparado para esta gloriosa visión del carácter divino, cuya belleza resulta más clara aún en virtud de esta impresionante revelación que el Señor hizo de sí mismo, la más importante descripción de quién es Dios, el hilo de oro entretejido en toda la Biblia (Núm. 14:18; Neh. 9:17; Sal. 103:8; Joel 2:13; Jon. 4:2).
La proclamación hecha aquí por el Señor es el Juan 3:16 del Antiguo Testamento. Los escritores bíblicos aplican, repiten o amplían en lugares cruciales esta autoproclamación del Dios vivo, pues es necesario que su carácter sea correctamente entendido. Cuando Moisés recibió la excepcional, inaudita e incomparable explicación del nombre de Dios, se postró y adoró al Señor. Cuando vislumbramos el amor, la gracia, la misericordia, la compasión, la bondad, la fidelidad, el perdón, la santidad y la justicia de Dios, también nos sentimos atraídos por él. Cuando vemos y admiramos sus cualidades excepcionales, comenzamos a experimentar un amor hacia él que hace nacer en nosotros el deseo de servirlo y serle obedientes. Puesto que él nos ama, nosotros también lo amamos (1 Juan 4:19).
En esta revelación de sí mismo, Dios asegura a Moisés que realizará hechos maravillosos en favor de su pueblo y que lo conducirá a la Tierra Prometida. Renueva además el pacto con ellos, prometiendo que otras naciones verán su majestad y su obra asombrosa. “Voy a concertar un pacto. Ante todo el pueblo haré maravillas nunca hechas en toda la tierra, en ninguna nación. Y todo el pueblo que te rodea verá la tremenda obra que yo, el Señor, haré por medio de ti” (Éxo. 34:10). Sin embargo, los israelitas debían obedecer a Dios y seguir diez estipulaciones claras para asegurar su prosperidad. Entonces Dios pidió a Moisés que escribiera el contenido de ese pacto previamente roto (Éxo. 34:27, 28).
Jueves 18 de septiembre
EL ROSTRO RADIANTE DE MOISÉS
Lee Éxodo 34:29 al 35. ¿Por qué resplandecía el rostro de Moisés? Moisés descendió al campamento de Israel con su rostro radiante después de que Dios le revelara su carácter amoroso. ¿Era Moisés consciente de ese fenómeno? En absoluto. Cuanto más cerca está uno del Señor, más consciente es de sus imperfecciones en comparación con la santidad de Dios. ¿Qué hizo resplandecer el rostro de Moisés? No fue el simple hecho de estar en la presencia de Dios, ya que había estado antes en varias ocasiones con él sin que ocurriera ese fenómeno.
Moisés fue transformado, y su rostro resplandeció cuando comprendió la bondad y la amabilidad de Dios, y fue completamente receptivo a él en respuesta a la belleza del carácter divino. Nuestros corazones y mentes pueden experimentar un cambio cuando nos rendimos a Dios y le permitimos ser el Señor y Rey de nuestra vida. Lee 2 Corintios 3:18. ¿Cómo puede Jesús transformarte gradualmente a su imagen? Pablo compara el rostro resplandeciente de Moisés con Jesucristo y dice que la gloria de este (en quien se personificaron la Ley y la gracia de Dios) supera la gloria de la Ley dada por medio de Moisés.
Cristo y su Ley solo pueden grabarse en nuestro carácter cuando fijamos los ojos en él (Heb. 3:1; 12:2) y en virtud del poder del Espíritu de Dios (2 Cor. 3:12-18). Moisés es un modelo que demuestra lo que Dios puede hacer por nosotros cuando le permitimos que transforme nuestro carácter y nos moldee a su imagen divina. A esto se refiere Pablo cuando habla de andar en la “nueva vida” (Rom. 6:4). ¿Qué áreas de tu carácter necesitan reflejar mejor el de Dios? Probablemente todas, ¿verdad? Sin embargo, ¿cómo puede darte ánimo y seguridad de salvación el hecho de centrarte en la cruz y en lo que ella significa?
Viernes 19 de septiembre |
PARA ESTUDIAR Y MEDITAR:
Lee cuidadosamente el capítulo titulado “La idolatría en el Sinaí” en el libro Patriarcas y profetas, de Elena de White, pp. 337-341. Cierto día sombrío, un padre y su hijo pequeño visitaron una catedral. Mientras contemplaban las vitrinas con bellas representaciones de escenas bíblicas, el sol comenzó de pronto a reflejarse intensamente en el rostro de los personajes, haciéndolos relucir de manera impresionante. El niño dijo entonces a su padre: “Papá, ¿quiénes son estas personas?” El padre no sabía mucho acerca del cristianismo, de Cristo o de sus discípulos, pero contestó rápidamente: “Esas personas son cristianos”.
La deslumbrante imagen quedó registrada en la mente del pequeño. Tiempo después, el profesor del niño preguntó en clase: “Niños, ¿saben quiénes son los cristianos?” El pequeño recordó la radiante imagen de la catedral y contestó: “Los cristianos son gente que brilla”. En la misma línea, Jesús dijo a sus seguidores: “Así alumbre la luz de ustedes ante los hombres, para que vean sus obras buenas y glorifiquen a su Padre que está en el cielo” (Mat. 5:16). Solo quienes brillan a causa de Dios y para él pueden ser agentes de cambio.
PREGUNTAS PARA DIALOGAR:
1. “Si nos humilláramos delante de Dios, si fuéramos bondadosos, corteses, compasivos y piadosos, habría cien conversiones a la verdad donde ahora hay una sola” (Elena de White, Testimonios para la iglesia, t. 9, p. 152). ¿Qué poderoso mensaje hay aquí para nosotros acerca de cómo nuestro carácter, nuestras acciones y nuestras actitudes influyen en nuestro testimonio?
2. Éxodo 34:6 y 7 es llamado con razón el Juan 3:16 del Antiguo Testamento. ¿Por qué?
3. ¿Cómo puedes explicar la belleza del carácter divino sobre la base de la revelación registrada en Éxodo 34:6 y 7 a quienes te preguntan quién es tu Dios?
4. Dialoguen en la clase acerca del impacto hecho por el carácter y las acciones de las personas verdaderamente cristianas en nuestra experiencia con el Señor. Es decir, ¿cómo han influido en nosotros quienes fueron amables, gentiles, humildes y misericordiosos? Por otra parte, ¿qué impacto han tenido los “cristianos” poco amables, implacables y arrogantes en nuestra experiencia espiritual?