Recursos De Escuela Sabática

 

RECURSOS BIBLICOS DE LA IGLESIA ADVENTISTA DEL SEPTIMO DÍA 2025

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MISIONERO ADVENTISTA PARA ADULTOS - 3er Tercer TRIMESTRE 2025

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Lección 04 Edición Adultos. 3er Trimestre – Las plagas – Sábado 26 de Julio 2025

 

Sabado, 19 de julio.
Las plagas

 

Lee para el estudio de esta semana:
Éxodo 7: 8–10: 29; Números 33: 4; Romanos 1: 24–32; Salmos 104: 27, 28; Isaías 28: 2, 12–17; Isaías 44: 9, 10, 12–17.

 

Para memorizar

 

«Y tal como el Señor lo había dicho por medio de Moisés, el corazón de Faraón se endureció y no dejó ir a los israelitas» (Éxo. 9: 35).
Cierto granjero intentaba que su burro se moviera, pero el animal no lo hacía. Tomó entonces una rama gruesa y lo azotó. Volvió a hablar al burro, y este empezó a moverse.

Cuando alguien preguntó al granjero por qué su técnica había funcionado con el terco animal, respondió: «Lo primero fue llamar su atención».

 

Dejando a un lado cualquier cuestión acerca de la crueldad contra los animales, hay un punto que señalar aquí, especialmente en el contexto del Éxodo de los hebreos fuera de Egipto. Moisés había recibido órdenes de marchar y se dirigió al faraón con las famosas palabras shalaj et ami: «¡Deja ir a mi pueblo!».

 

Sin embargo, el faraón no quiso dejar marchar al pueblo de Dios. Las Escrituras no explican por qué el gobernante se mostraba tan reacio, más allá de la amenaza militar que los egipcios temían que los hebreos pudieran representar (ver Éxo. 1: 10). Lo más probable es que, como suele ocurrir con la esclavitud, la razón de su negativa fuera puramente económica. Los hebreos eran mano de obra barata, por lo que no quería perder las ventajas financieras que estos esclavos le proporcionaban. Haría falta, pues, cierta persuasión no solo para llamar su atención, sino también para hacerlo cambiar de opinión.

 

Domingo, 20 de julio
Dios versus los «dioses»

 

Lee Éxodo 7: 8 al 15. ¿Qué lecciones se desprenden de este primer enfrentamiento entre el Dios de los hebreos y los dioses de Egipto?

 

Las batallas venideras iban a ser entre el Dios vivo y los «dioses» egipcios. Lo que empeoraba la situación era que el faraón se consideraba uno de esos dioses. El Señor no luchaba contra los egipcios, ni siquiera contra Egipto en sí, sino contra sus dioses (los egipcios veneraban a más de 1.500 deidades). El texto bíblico es explícito al respecto: «Y ejecutaré mi sentencia contra todos los dioses de Egipto. Yo soy el Señor» (Éxo. 12: 12, NVI). Esto es destacado nuevamente más adelante al relatar el viaje de Israel desde Egipto: «El Señor también dictó sentencia contra los dioses egipcios» (Núm. 33: 4, NVI).

 

Un ejemplo de esta sentencia contra esos dioses fue el milagro de la vara convertida en serpiente (Éxo. 7: 9-12). En Egipto, la diosa Uadyet era personificada como una cobra y representaba el poder soberano sobre el Bajo Egipto. La figura de esta serpiente aparecía en la corona del faraón, signo de su poder, presunta divinidad, realeza y autoridad, ya que la diosa así representada escupía veneno a sus enemigos. Los egipcios también creían que la serpiente sagrada guiaría al faraón a su existencia futura tras la muerte.

 

Cuando la vara de Aarón se convirtió en serpiente y devoró a las otras en presencia del rey, quedo demostrada la supremacía del Dios vivo sobre la magia y la hechicería egipcias. El emblema del poderío del faraón no solo fue derrotado, sino que Aarón y Moisés lo tuvieron en sus manos (Éxo. 7: 12, 15). La confrontación inicial demostró el poder y el señorío de Dios sobre Egipto. Como representante de Dios, Moisés tenía mayor autoridad y poder que el propio «dios» faraón.

 

También es significativo que los antiguos egipcios consideraran sagrado y veneraran al dios serpiente Nehebkau («el que domina a los espíritus»). Según su mitología, esta deidad era muy poderosa en virtud de que había devorado siete cobras. Dios mostró así a los egipcios que él, no el dios serpiente, es quien posee el poder y la autoridad soberanos. Después de semejante confrontación, pudieron comprender este mensaje de manera inmediata e inequívoca.

¿Cómo podemos permitir que el Señor sea soberano sobre cualquier «dios» que pretenda la supremacía en nuestra vida?

 

Lunes, 21 de julio
¿Quién endureció el corazón del faraón?

 

Lee Éxodo 7: 3, 13, 14 y 22. ¿Cómo entendemos estos textos?

El endurecimiento del corazón del faraón es atribuido a Dios nueve veces en Éxodo (Éxo. 4: 21; 7: 3; 9: 12; 10: 1, 20, 27; 11: 10; 14: 4, 8; ver también Rom. 9: 17, 18). Otras nueve veces se dice que fue el gobernante egipcio mismo quien endureció su propio corazón (Éxo. 7: 13, 14, 22; 8: 15, 19, 32; 9: 7, 34, 35). Entonces, ¿quién endureció el corazón del rey: Dios o el propio faraón?

 

Es significativo que, en la historia de las diez plagas del Éxodo, el faraón fue el único responsable del endurecimiento de su corazón en cada una de las primeras cinco. Por lo tanto, él inició el endurecimiento de su propio corazón. Sin embargo, a partir de la sexta plaga, el texto bíblico afirma que fue Dios quien endureció el corazón del faraón (Éxo. 9: 12). Esto significa que Dios fortaleció o profundizó la propia decisión del faraón y su actuación voluntaria, como lo había anunciado a Moisés (Éxo. 4: 21).

 

En otras palabras, Dios envió plagas para ayudar al faraón a arrepentirse y liberarlo de su confusión mental y sus errores. Dios no aumentó la maldad en el corazón del faraón, sino que simplemente lo dejó en libertad de ceder a sus propios impulsos malignos. Ya sin la gracia restrictiva de Dios, el gobernante egipcio quedó a merced de su propia maldad (ver Rom. 1: 24-32).

El faraón tenía libre albedrío. Podía aceptar a Dios o rechazarlo, y decidió rechazarlo.

 

Las lecciones que se desprenden de esto son obvias. Se nos ha dado la capacidad de elegir entre lo correcto y lo incorrecto, entre el bien y el mal, entre la obediencia y la desobediencia. Desde Lucifer en el Cielo y hasta nosotros hoy, pasando por Adán y Eva en el Edén y el faraón en Egipto, solo hay dos elecciones posibles: la vida o la muerte (Deut. 30: 19).

 

De acuerdo con una conocida analogía, el mismo Sol que derrite la mantequilla endurece la arcilla. El calor del Sol es el mismo en ambos casos, pero hay dos reacciones diferentes y dos resultados distintos en respuesta a él. El efecto depende del material. En el caso del faraón, su respuesta dependía de las actitudes de su corazón hacia Dios y su pueblo.

 

¿Qué decisiones tomarás en los próximos días haciendo uso de tu libre albedrío? Si sabes cuál es la decisión correcta, ¿cómo puedes prepararte para tomarla?

 

Martes, 22 de julio
Las tres primeras plagas

 

Las diez plagas de Egipto no iban dirigidas contra el pueblo egipcio, sino contra sus dioses. Cada plaga golpeaba al menos a uno de ellos.

Lee Éxodo 7: 14 a 8: 19. ¿Qué ocurrió al desencadenarse estas plagas?

Dios indicó a Moisés que el diálogo con el faraón sería difícil y casi imposible (Éxo. 7: 14). Sin embargo, el Señor quería revelarse al faraón y a los egipcios. Por lo tanto, decidió comunicarse con ellos de una manera que pudieran entender. Además, los hebreos se beneficiarían de esta confrontación porque aprenderían más acerca de su Dios.

 

La primera plaga iba dirigida contra Hapi, el dios del Nilo (Éxo. 7: 17-25). La vida en Egipto dependía totalmente del agua de ese río. Donde había agua, había vida. El agua era la fuente de la vida, así que inventaron un dios, Hapi, y lo adoraron como proveedor de vida.

Por supuesto, solo el Dios vivo es la Fuente de la vida, el Creador de todo, incluidos el agua y los alimentos (Gén. 1: 1, 2, 20-22; Sal. 104: 27, 28; 136: 25; Juan 11: 25; 14: 6). Transformar el agua en sangre simboliza transformar la vida en muerte. Hapi no era capaz de dar ni de proteger la vida. Esto solamente es posible mediante el poder del Señor.

 

Dios dio entonces otra oportunidad al faraón. El Señor se enfrentó esta vez directamente a Heket, la diosa de las ranas (Éxo. 8: 1-15). En lugar de vida, el Nilo produjo ranas, que los egipcios temían y detestaban. Quisieron deshacerse de ellas. El momento preciso en que esta plaga fue eliminada demostró que el poder de Dios también estaba detrás de ella.

 

La tercera plaga tiene la descripción más breve (Éxo. 8: 16-19). No es posible saber con certeza qué tipo de insectos (heb. kinnim) intervinieron. Pudieron ser mosquitos, garrapatas o piojos. La plaga estaba dirigida contra Geb, el dios egipcio de la tierra. Del polvo de ella (ecos de la historia bíblica de la Creación), Dios hizo salir los insectos que se extendieron por doquier. Incapaces de duplicar este milagro (solo Dios puede crear vida), los magos declararon: «Dedo de Dios es este» (Éxo. 8: 19). Sin embargo, el faraón se negó a ceder.

 

Piensa en cuán duro era el corazón del faraón. El rechazo repetido de las indicaciones de Dios no hizo más que empeorar su condición. ¿Qué lecciones hay aquí para cada uno de nosotros acerca del rechazo constante de las exhortaciones del Señor?

 

Miercoles, 23 de julio
Moscas, ganado y úlceras

 

Lee Éxodo 8: 20 a 9: 12. ¿Qué enseña este relato acerca de la libertad humana de rechazar a Dios aun teniendo delante las mayores manifestaciones de su poder y su gloria?

 

Wadjet era la diosa egipcia de las moscas y los pantanos. A su vez, el dios Jepri (la deidad del sol naciente, la creación y el renacimiento) era representado con la cabeza de un escarabajo. Estos «dioses» fueron derrotados por el Señor. Mientras que los egipcios sufrían, los hebreos estaban protegidos (Éxo. 8: 20-24). De hecho, ninguna otra plaga los afectó.

 

De nuevo, todo esto fue un intento de Dios de hacer saber al faraón que «yo soy el Señor en medio de la tierra» (Éxo. 8: 22).

El faraón empezó a negociar. Sin duda, la presión iba en aumento. Estaba dispuesto a que Israel adorara a su Dios y le ofreciera sacrificios, pero solo en la tierra de Egipto (Éxo. 8: 25). Sus condiciones no podían ser cumplidas pues algunos de esos animales eran considerados sagrados allí. Sacrificarlos habría provocado la violencia de los egipcios contra los hebreos. Además, la propuesta de faraón no era el plan de Dios para Israel.

 

Mientras tanto, la siguiente plaga (Éxo. 9: 1-7) cae sobre el ganado. Hathor, la diosa egipcia del amor y la protección, era representada con cabeza de vaca. El dios toro Apis también era muy popular y apreciado en el antiguo Egipto. Por lo tanto, esas otras deidades principales fueron derrotadas al morir el ganado de los egipcios durante la quinta plaga.

 

En la sexta plaga (Éxo. 9: 8-12) se pone de manifiesto la derrota total de Isis, la diosa de la medicina, la magia y la sabiduría. También vemos la derrota de deidades como Sejmet (diosa de la guerra y las epidemias) e Imhotep (dios de la medicina y la curación), incapaces de proteger a sus propios adoradores. Irónicamente, ahora incluso los magos y los hechiceros están tan afligidos que no pueden comparecer ante el tribunal, lo que demuestra que están indefensos ante el Creador del Cielo y de la Tierra.

 

Por primera vez en el relato de las diez plagas, un texto dice que «el Señor endureció el corazón de Faraón» (Éxo. 9: 12). Por confusa que pueda resultar esta frase, cuando se entiende en su contexto deja en claro que el Señor permite que los seres humanos cosechen las consecuencias de su continuo rechazo hacia él.

 

El problema del faraón no era de índole intelectual, ya que contaba con suficiente evidencia para tomar la decisión correcta. Era, en cambio, un problema espiritual. ¿Qué debería decirnos esto acerca de por qué debemos guardar nuestro corazón?

 

Jueves 24 de julio
Granizo, langostas y oscuridad

 

Lee Éxodo 9: 13 a 10: 29. ¿Hasta qué punto consiguen estas plagas que el faraón cambie de opinión?

 

Nut era la diosa egipcia del Cielo, y a menudo se la representaba controlando lo que ocurría bajo el Cielo y en la Tierra. Osiris era el dios de las cosechas y la fertilidad. En la Biblia, el granizo se asocia a menudo con el juicio de Dios (Isa. 28: 2, 17; Eze. 13: 11-13). Durante esta plaga, quienes resguardaran sus bienes en un lugar seguro estarían protegidos (Éxo. 9: 20, 21). Todos son ahora puestos a prueba. ¿Creerán a Dios y actuarán en consecuencia o no?

 

Dios anuncia que su propósito al dejar vivir al faraón es que toda la tierra conozca al Señor (Éxo. 9: 16). El rey de Egipto confiesa ahora que ha pecado, pero más tarde cambia de opinión.

 

El dios egipcio de la tormenta, la guerra y el desorden se llamaba Seth. Tanto él como Isis eran además considerados deidades de la agricultura. Shu era el dios de la atmósfera. Serapis personificaba la majestad divina, la fertilidad, la curación y la vida después de la muerte. Sin embargo, ninguno de los dioses egipcios podía detener los juicios de Dios (Éxo. 10: 4-20) porque los ídolos no son nada (Isa. 44: 9, 10, 12-17).

 

Los siervos del faraón lo instaron a que dejara marchar a Israel, pero él volvió a negarse. Hizo un ofrecimiento que Moisés rechazó con razón, pues las mujeres y los niños son una parte vital e inseparable del culto y de la comunidad de fe.

Por último, Ra era la principal deidad egipcia, el dios del Sol, mientras que Tut era un dios lunar. Sin embargo, ninguno de ellos era capaz de proveer luz. El faraón intenta nuevamente negociar, aunque sin éxito. Un período de tres días de oscuridad asoló Egipto, pero había luz donde vivían los israelitas. La separación no podía ser más espectacular.

 

Sin embargo, a pesar de la disciplina divina recibida por la nación, el faraón estaba decidido a luchar y a no cejar en su empeño. Aunque no conocemos sus motivos más profundos, su actitud pudo haberse tornado en cierto punto una cuestión de mero orgullo. No importaba cuán poderosa fuera la evidencia ni cuán obvio resultara lo que estaba sucediendo. Incluso sus propios sirvientes declararon: «¿Hasta cuándo este hombre nos ha de ser un lazo? Deja ir a esos hombres, para que sirvan al Señor su Dios. ¿No sabes aún que Egipto está destruido?» (Éxo. 10: 7). Tampoco importaba que la opción correcta estuviera justo delante de él. Tras vacilar un poco, el faraón seguía negándose a rendirse a la voluntad de Dios y a dejar ir al pueblo.

 

Cuán dramático ejemplo de las palabras: «La soberbia precede a la ruina, y la altivez de espíritu a la caída» (Prov. 16: 18).

 

Viernes, 25 de julio
Para estudiar y meditar

 

Lee el capítulo titulado «Las plagas de Egipto» en el libro Patriarcas y profetas, de Elena G. de White, pp. 237-246.

«[Dios] permitió que su pueblo experimentara la terrible crueldad de los egipcios para que no fueran engañados por la degradante influencia de la idolatría. En su trato con el faraón, el Señor mostró su odio por la idolatría, y su firme decisión de castigar la crueldad y la opresión. [...]

 

»Dios había declarado tocante a Faraón: “Pero yo endureceré su corazón, de modo que no dejará ir al pueblo” (Éxo. 4: 21). No se ejerció un poder sobrenatural para endurecer el corazón del rey. Dios dio al faraón las muestras más evidentes de su divino poder; pero el monarca se negó obstinadamente a aceptar la luz. Toda manifestación del poder infinito que él rechazara lo empecinó más en su rebelión. El principio de rebelión que el rey sembró cuando rechazó el primer milagro, produjo su cosecha» (Elena G. de White, Patriarcas y profetas, p. 273).

 

«El Sol y la Luna eran para los egipcios objetos de adoración; en esas tinieblas misteriosas, tanto la gente como sus dioses fueron heridos por el poder que había patrocinado la causa de los siervos. Sin embargo, por espantoso que fuera, este castigo evidenciaba la compasión de Dios y su falta de voluntad para destruir. Estaba dando a la gente tiempo para reflexionar y arrepentirse antes de enviarles la última y más terrible de las plagas» (Patriarcas y profetas, p. 246).

 

Preguntas para dialogar:

 

Reflexiona acerca de por qué el faraón se endureció tanto contra la opción obviamente correcta; a saber, ¡dejar ir al pueblo! ¿Cómo puede alguien engañarse tanto a sí mismo? ¿Qué advertencia representa esto para nosotros acerca del peligro de obstinarnos en el pecado al punto de tomar decisiones desastrosas aunque el camino correcto esté ante nosotros todo el tiempo? ¿Qué otros personajes bíblicos cometieron el mismo error? Piensa, por ejemplo, en Judas.

 

En un momento dado, en medio de la devastación que el faraón había acarreado a su propia tierra y a su pueblo, declaró: «He pecado esta vez. El Señor es justo, y yo y mi pueblo impíos» (Éxo. 9: 27). Aunque esa era una maravillosa confesión de pecado, ¿cómo sabemos que no era sincera?