Lección 9: Para el 29 de noviembre de 2025
HEREDEROS DE LAS PROMESAS, CAUTIVOS DE LA ESPERANZA
Sábado 22 de noviembre LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Génesis 3:17–24; Deuteronomio 6:3; Josué 13:1–7; Hebreos 12:28; Levítico 25:1–5, 8–13; Ezequiel 37:14, 25.
PARA MEMORIZAR: “Vuelvan a la fortaleza, ustedes, presos de esperanza. Hoy les anuncio que les restauraré todo al doble” (Zac. 9:12).
Josué 13 al 21 contiene largas listas de referencias geográficas que delimitan las porciones de tierra asignadas a las tribus de Israel. Esas listas pueden parecer irrelevantes para el lector moderno, pero se basan en una comprensión teológica de la Tierra Prometida que es significativa para nosotros hoy. Mediante estas listas de lugares concretos, Dios quería enseñar a los israelitas que la tierra no era un sueño. Les había prometido esa tierra de forma tangible y mensurable.
Pero tenían que hacer realidad esa promesa actuando en consecuencia. Dios iba a darles la tierra como un regalo, cumpliendo así la primesa que había hecho a sus padres: “Miren, yo les entrego el país. Entren y posean la tierra que el Señor juró dar a sus padres Abraham, Isaac y Jacob, y a sus descendientes después de ellos” (Deut. 1:8). Sin embargo, ellos debían hacer algo al respecto.
Esta semana examinaremos algunos conceptos teológicos relacionados con la Tierra Prometida y sus implicaciones espirituales para quienes reclaman las promesas contenidas en Jesús.
Domingo 23 de noviembre
EDÉN Y CANAÁN
Lee Génesis 2:15; 3:17-24. ¿Cuáles fueron las consecuencias de la Caída en relación con el espacio vital de la primera pareja humana? En ocasión de la Creación, Dios colocó a Adán y a Eva en un entorno perfecto, caracterizado por la abundancia y la belleza. La primera pareja humana se encontraba con su Creador en el marco de un espacio vital encantador que podía satisfacer todas sus necesidades físicas.
Además de la palabra divina hablada, el Jardín del Edén sirvió como centro de aprendizaje. Allí Adán y Eva adquirieron una visión significativa del carácter de Dios y de la existencia que él quería para ellos. Por lo tanto, cuando rompieron la relación de confianza con su Creador, su relación con el Jardín del Edén también cambió y, como señal de esa relación rota, tuvieron que abandonar ese ámbito perfecto. Perdieron el territorio que Dios les había dado. En consecuencia, el Jardín del Edén se convirtió en el símbolo de la vida abundante, como observaremos al tratar el tema de la Tierra Prometida. ¿Cómo percibieron los patriarcas la promesa de la tierra? (Ver Gén. 13:14, 15; 26:3, 24; 28:13). ¿Qué significa para nosotros, como adventistas, vivir como herederos de las promesas (Heb. 6:11-15)? Cuando Abraham entró en la tierra que Dios le había mostrado, esta se convirtió, por la fe, en la Tierra Prometida para él y sus descendientes; y así continuó siendo durante 400 años. Los patriarcas no eran realmente dueños de la tierra, ya que no podían legarla a sus hijos como herencia. En realidad, ella pertenecía a Dios, así como le había pertenecido el Jardín del Edén. De la misma manera en que Adán y Eva no hicieron nada que les diera derecho al Jardín del Edén, Israel tampoco había aportado nada para merecer la tierra.
La Tierra Prometida fue un regalo de Dios basado en su propia iniciativa. Israel no tenía ningún derecho inherente a poseerla (Deut. 9:4-6); solo podía poseerla por la gracia de Dios. Los patriarcas fueron herederos de las promesas hasta que estas se cumplieron. Nosotros, como seguidores de Cristo, hemos heredado promesas aún mejores (Heb. 8:6), que se cumplirán si llegamos a ser “imitadores de los que por la fe y la paciencia heredan las promesas” (Heb. 6:12).
Lunes 24 de noviembre
LA TIERRA COMO UN DON
Lee Éxodo 3:8; Levítico 20:22; 25:23; Números 13:27; Deuteronomio 4:1, 25, 26; 6:3; Salmo 24:1. ¿Qué relación especial existía entre Dios, Israel y la Tierra Prometida? En un nivel muy básico, la tierra ofrece identidad física a una nación. Al ubicar la nación, también determina su ocupación y estilo de vida. Los esclavos estaban desarraigados y no pertenecían a un lugar en particular. Eran otros los que disfrutaban de los resultados de su trabajo. Tener tierra significaba libertad.
La identidad del pueblo elegido estaba fuertemente vinculada a su morada en la tierra. Había una relación especial entre Dios, Israel y la tierra. Israel recibió de Dios la tierra como un don, no como un derecho inalienable. El pueblo elegido podía poseer la tierra siempre que mantuviera una relación de pacto con el Señor y respetara los preceptos de ese acuerdo. En otras palabras, no podían tener la tierra y sus bendiciones sin la bendición de Dios. Al mismo tiempo, la tierra proporcionaba una lente a través de la cual Israel podía entender mejor a Dios. Vivir en la tierra les recordaría siempre a un Dios fiel que cumple sus promesas y es digno de confianza. Ni la tierra ni Israel habrían existido sin la iniciativa de Dios como fuente y fundamento de su existencia. Mientras los israelitas estuvieron en Egipto, el Nilo y el sistema de irrigación, unidos al intenso trabajo, les proporcionaron las cosechas que necesitaban para subsistir.
Canaán era diferente. Dependían de la lluvia para la abundancia de sus cosechas, y solo Dios podía controlar el clima. En consecuencia, la tierra recordaba a Israel su constante dependencia de Dios. Aunque Israel recibiera la tierra como un regalo de Dios, él seguía siendo el propietario de ella en última instancia. Como verdadero dueño de toda la tierra (Sal. 24:1), él tenía el derecho de asignarla a Israel o de quitársela. Si el Señor es el dueño de la tierra, los israelitas y, por extensión, todos los seres humanos, son extranjeros o huéspedes de Dios en la tierra que le pertenece. A la luz de 1 Pedro 2:11 y Hebreos 11:9-13, ¿qué significa para ti vivir como extranjero y peregrino a la espera de la ciudad cuyo arquitecto y constructor es Dios?
Martes 25 de noviembre
EL DESAFÍO DE LA TIERRA
Lee Josué 13:1-7. Aunque la tierra de Canaán fue un regalo de Dios, ¿cuáles fueron algunos de los desafíos que supuso poseerla? Dado que durante siglos los israelitas habían vivido como esclavos, carecían de habilidades militares para conquistar la tierra. Ni siquiera sus amos, los egipcios, con sus ejércitos hábiles y bien equipados, fueron capaces de ocuparla permanentemente. Los egipcios nunca conquistaron Canaán por completo debido a lo inexpugnable de sus ciudades amuralladas. Ahora se le decía a una nación de antiguos esclavos que conquistara una tierra que sus antiguos amos habían sido incapaces de someter.
Eso solo sería posible por la gracia de Dios, no por su propio esfuerzo. Los capítulos 13 a 21 de Josué se refieren a la distribución de la tierra entre las distintas tribus de Israel. Tal distribución incluye no solo lo que había sido asignado a Israel, sino también lo que este debía aún ocupar dentro de ese territorio. Los israelitas podían vivir con seguridad en la tierra que Dios les había concedido como herencia. Eran, por así decirlo, los legítimos inquilinos de la tierra que pertenece a Dios. Sin embargo, la iniciativa de Dios debía estar acompañada de una respuesta humana. La primera mitad del libro muestra cómo Dios otorgó la tierra a su pueblo, desposeyendo a los cananeos. La segunda mitad relata cómo Israel tomó la tierra y se asentó en ella.
Esta complejidad de la conquista ilustra la dinámica de nuestra salvación. Al igual que Israel, no podemos hacer nada para obtener la salvación (Efe. 2:8, 9), ya que esta es un regalo, así como la tierra fue un regalo de Dios a Israel basado en la relación de pacto entre ambos. Ciertamente, no se basó en los méritos del pueblo (ver Deut. 9:5). Sin embargo, para que los israelitas pudieran disfrutar del regalo de Dios, tuvieron que asumir todas las responsabilidades que conllevaba vivir en la tierra. De manera semejante, nosotros debemos pasar por el proceso de la santificación, la obediencia amorosa a los requerimientos divinos, para ser ciudadanos del Reino de Dios. A pesar de las diferencias entre esas dos realidades, el paralelismo entre la recepción de la tierra por gracia y el acceso a la salvación por gracia se asemejan considerablemente.
Hemos recibido un don maravilloso, pero podemos perderlo si no somos cuidadosos. ¿Cómo se enfrentan hoy los cristianos a desafíos similares a los relacionados con la ocupación de la Tierra Prometida? Ver Filipenses 2:12 y Hebreos 12:28.
Miércoles 26 de noviembre
EL JUBILEO
La tierra era tan fundamental para la existencia de Israel como pueblo de Dios que debía distribuirse entre las tribus y las familias (Núm. 34:13-18) para evitar que se convirtiera en posesión de unas pocas élites dirigentes. Lee Levítico 25:1-5, 8-13. ¿Cuál era la finalidad del año sabático y del jubileo? En contraste con Egipto, donde los ciudadanos perdían regularmente sus tierras y se convertían en siervos del faraón, el propósito de Dios para los israelitas era que nunca quedaran indefinidamente privados de su propiedad y sus derechos. Nadie fuera de las familias a las que la tierra había sido asignada originalmente podría poseerla.
De hecho, según el plan de Dios, la tierra nunca podría ser vendida, sino solo arrendada según su valor establecido, y solo durante el número de años que restaban hasta el siguiente Jubileo. Por lo tanto, los parientes de una persona que se había visto obligada por las circunstancias a “vender” su tierra ancestral tenían el deber de rescatarla incluso antes de que llegara el Jubileo (Lev. 25:25). La adjudicación de la tierra se convirtió, por así decirlo, en una ventana que permitía contemplar el corazón de Dios. Como nuestro Padre Celestial, él quería que sus hijos fueran generosos con los menos afortunados y permitieran que sus tierras los alimentaran cada séptimo año.
El año sabático aplicaba el principio del mandamiento del sábado a mayor escala. Además de valorar y fomentar el trabajo, la propiedad de la tierra también exigía respeto y amabilidad hacia quienes enfrentaban a dificultades económicas. La legislación acerca de la propiedad de la tierra proporcionaba a cada israelita la oportunidad de liberarse de circunstancias opresivas heredadas o propias y de tener un nuevo comienzo en la vida. En esencia, este es el principal propósito del Evangelio: borrar la distinción entre ricos y pobres, empresarios y empleados, privilegiados y desfavorecidos, poniéndonos a todos en pie de igualdad al reconocer nuestra total necesidad de la gracia de Dios.
Desgraciadamente, Israel no cumplió la norma establecida por Dios y, al cabo de los siglos, se hicieron realidad las advertencias de desposesión (2 Crón. 36:20, 21). ¿Cómo pueden los principios de la asignación de tierras a Israel y el sábado recordarnos que, a los ojos de Dios, todos somos iguales? ¿Cómo puede el sábado ayudarnos a decir “no” a la explotación y el consumismo que arruinan a muchas sociedades?
Jueves 27 de noviembre
LA TIERRA RESTAURADA
Lee Jeremías 24:6; 31:16; Ezequiel 11:17; 28:25; 37:14, 25. ¿Cuál fue la promesa de Dios acerca del regreso de Israel a la Tierra Prometida y cómo se cumplió? Durante el exilio babilónico, los israelitas experimentaron la triste realidad del desarraigo, pero también la promesa de que su relación con Dios no estaba condicionada ni limitada a la posesión de la tierra. Cuando los israelitas confesaron sus pecados, se arrepintieron y buscaron al Señor de todo corazón, Dios cumplió de nuevo su promesa y los llevó nuevamente a su tierra como señal de su restauración. Eso significaba que él era su Dios aun cuando no estuvieran en la tierra. Sin embargo, así como la promesa de que Israel poseería la tierra para siempre era condicional (Deut. 28:63, 64; Jos. 23:13, 15; 1 Rey. 9:7; 2 Rey. 17:23; Jer. 12:10-12), también lo era la promesa de reasentar y hacer prosperar a Israel en la tierra después del exilio. Al mismo tiempo, los profetas del Antiguo Testamento apuntaban a una restauración que sería obra de un futuro rey davídico (Isa. 9:6, 7; Zac. 9:9, 16).
Esta promesa se cumplió en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, en quien se harían realidad todas las promesas hechas al antiguo Israel. En el Nuevo Testamento no se menciona directamente la Tierra Prometida, pero se nos dice que las promesas de Dios se han cumplido en Jesucristo y por medio de él (Rom. 15:8; 2 Cor. 1:20). En consecuencia, la tierra es reinterpretada a la luz de Cristo y se convierte en el símbolo de las bendiciones espirituales que Dios planea dar a su pueblo fiel aquí y ahora (Efe. 2:6), y en el futuro.
El cumplimiento definitivo de la promesa divina del reposo, la abundancia y el bienestar en la tierra tendrá lugar en la Tierra Nueva, liberada del pecado y sus consecuencias. En ese sentido, nuestra esperanza como cristianos se basa en la promesa del regreso de Cristo, quien establecerá su Reino eterno en la Tierra hecha nueva tras un período de mil años en el Cielo. Este será el cumplimiento final de todas las promesas acerca de la Tierra. Lee Juan 14:1-3; Tito 2:13 y Apocalipsis 21:1-3. ¿Qué esperanza final encontramos en estos versículos y por qué la muerte de Jesús nos garantiza su cumplimiento?
Viernes 28 de noviembre
PARA ESTUDIAR Y MEDITAR:
Lee las páginas 730-737 del capítulo “El fin del conflicto” en el libro El conflicto de los siglos, de Elena de White. “Estaremos eternamente salvados cuando entremos por las puertas en la ciudad. Entonces podremos alegrarnos de que estamos salvados, eternamente salvados. Hasta entonces, debemos prestar atención al mandato del apóstol: ‘Siendo que la promesa de entrar en su reposo permanece aún, cuiden que ninguno de ustedes parezca rezagado’ [Heb. 4:1].
El conocimiento acerca de Canaán, la entonación de sus cánticos y el regocijo ante la perspectiva de entrar en ella no llevaron a los hijos de Israel a los viñedos y olivares de la Tierra Prometida. Solo podían hacerla suya ocupándola, cumpliendo las condiciones para ello, ejerciendo una fe viva en Dios y apropiándose de sus promesas” (Elena de White, “Christlike religion”, The Youth’s Instructor, 17 de febrero de 1898). “En la Biblia se llama a la herencia de los bienaventurados ‘una patria’ (Heb. 11:14-16).
Allí el Pastor divino conduce a su rebaño a los manantiales de aguas vivas. El árbol de vida da su fruto cada mes, y las hojas del árbol son para la utilidad de las naciones. Allí hay corrientes que manan eternamente, claras como el cristal, al lado de las cuales se mecen árboles que echan su sombra sobre los senderos preparados para los redimidos del Señor. Allí las vastas planicies alternan con bellísimas colinas y las montañas de Dios elevan sus majestuosas cumbres. En esas pacíficas llanuras, al borde de esas corrientes vivas, el pueblo de Dios que por tanto tiempo anduvo peregrino y errante, encontrará un hogar” (Elena de White, El conflicto de los siglos, p. 733).
PREGUNTAS PARA DIALOGAR:
1. Piensa en la Tierra Prometida como un símbolo de la vida abundante que Cristo ofrece a sus seguidores en Juan 10:10. ¿De qué manera los beneficios de vivir en una tierra de abundancia ilustran las bendiciones de la salvación?
2. ¿Qué relación existe entre ser ciudadanos de una tierra en particular y tener un determinado estilo de vida? ¿Cómo afecta una cosa a la otra? ¿Qué implica ser un ciudadano del Reino de Dios?
3. Como seres humanos nos vemos constantemente decepcionados por las promesas que otros nos hacen y, a veces, por las que nos hacemos a nosotros mismos. ¿Por qué puedes confiar en las promesas de Dios?
4. ¿Cómo podemos hacer que la promesa de la tierra nueva forme parte de nuestro futuro de manera real y concreta, incluso ahora?
"Escuela Sabática adultos 2025, cuarto trimestre (octubre-diciembre). Estudio: Lecciones de Josué acerca de la fe, escrito por Barna Magyarosi."

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Lección 12: Para el 20 de diciembre de 2025
¡DIOS ES FIEL!
Sábado 13 de diciembre
LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA:
Josué 21:43–45; 2 Timoteo 2:11–13; Josué 23; Apocalipsis 14:10, 19; Deuteronomio 6:5. PARA MEMORIZAR: “No faltó ninguna palabra de las buenas que el Señor había hablado a la casa de Israel. Todo se cumplió” (Jos. 21:45).
Cuando John F. Kennedy se dirigió a Estados Unidos en su primer discurso como presidente, el 20 de enero de 1961, su mensaje solo tuvo 1.366 palabras, pero dejó una huella indeleble en la mente de los estadounidenses. Mientras animaba a su país a centrarse en sus responsabilidades en lugar de en sus privilegios, dijo: “Con la conciencia tranquila como única recompensa segura y la historia como juez final de nuestros actos, avancemos para dirigir la tierra que amamos, pidiendo la bendición de Dios y su ayuda, pero sabiendo que su obra aquí en la tierra debe ser también la nuestra”. Cuando Josué, el anciano líder del pueblo de Dios, sintió que llegaba el final de su vida, exhortó a los dirigentes de la nación y a los israelitas (Jos. 23 y 24). Josué 23 se centra en el futuro y en cómo adorar exclusivamente a Dios.
El capítulo 24 repasa las demostraciones de fidelidad de Dios en el pasado para motivar a sus oyentes a rendir culto solo a él. Esta semana estudiaremos el primer discurso de Josué, en el que da una mirada retrospectiva a las victorias de Israel, pero traza al mismo tiempo el camino del éxito futuro para la nación.
Domingo 14 de diciembre
TODO SE CUMPLIÓ
¿Qué imagen conceptual presenta Josué 21:43-45 acerca de Dios? ¿Cómo se aplican estas palabras no solo a la Tierra que fue pometida al pueblo de Dios en el pasado, sino también a la realidad de nuestra salvación (2 Tim. 2:11-13)? Estos versículos constituyen el clímax del libro y su resumen teológico, además de destacar uno de sus temas principales: la fidelidad al pacto de Dios, quien cumple sus promesas y sus juramentos. Esta breve sección también resume todo el contenido del libro hasta el momento. Josué 21:43 habla del reparto de la tierra y el establecimiento en ella (Jos. 13-21), mientras que Josué 21:44 se refiere a las victorias sobre los enemigos y al control obtenido sobre la tierra (Jos. 1-12).
Toda esta retrospectiva es contemplada a través del prisma de la fidelidad de Dios. Los israelitas debían recordar siempre que solo podrían reclamar las victorias sobre sus enemigos o la tierra como su herencia en virtud de la lealtad de Dios a su Palabra. Él les dio “toda la tierra” (Jos. 21:43, énfasis añadido), entregó “en sus manos a todos sus enemigos” (Jos. 21:44, énfasis añadido) y, “como había jurado a sus padres” (Jos. 21:44), “todo se cumplió” (Jos. 21:45, énfasis añadido). El uso repetido de la palabra kol, “todo”, seis veces en tres versículos (Jos. 21:43-45), enfatiza una vez más la verdad de que la tierra era el don de Dios y de que Israel no podía atribuirse el mérito de haberla recibido. Dios juró darles la tierra y fue él quien “entregó en sus manos a todos sus enemigos”. Todo el éxito de Israel había de atribuirse únicamente a la iniciativa divina y a la fidelidad de Dios.
Lo mismo ocurre con nuestra salvación: “Porque por gracia han sido salvados por la fe. Y esto no proviene de ustedes, sino que es el don de Dios. No por obras, para que nadie se gloríe” (Efe. 2:8, 9). De hecho, Pablo también escribió lo siguiente haciendo hincapié en la fidelidad de Dios: “Es palabra fiel: Si morimos con él, también viviremos con él. Si sufrimos, también reinaremos con él. Si lo negamos, él también nos negará. Si somos infieles, él permanece fiel; no puede negarse a sí mismo” (2 Tim. 2:11-13). ¿De qué manera la fidelidad de Dios nos da la seguridad de que ninguna de sus promesas acerca del futuro fallará? (Ver 1 Cor. 10:13; 2 Cor. 1:18-20).
Lunes 15 de diciembre
UNA SEÑAL DE PREOCUPACIÓN
La gloriosa conclusión de toda la sección (Jos. 21:43-45) lleva implícita la aseveración de que la obediencia a Dios es la condición para el cumplimiento de lo que prometió. El éxito nunca debe darse por sentado; siempre está ligado a la obediencia a la Palabra de Dios. Así, la adjudicación de la tierra, además de ser la demostración de la fidelidad de Dios para con Israel (Neh. 9:8), dejaba lugar para un futuro desarrollo que dependería de la actitud de Israel. ¿Sería este capaz de asegurar lo logrado? Lee Josué 23:1-5. ¿Cuáles son los puntos principales de la introducción de Josué? En su discurso, el ya anciano Josué transfiere a su público la finalización de la misión que Dios le había encomendado. Describe cómo fue posible la conquista de la tierra: el Señor luchó por ellos. Aunque, a causa de su infidelidad e incredulidad, los israelitas se vieron envueltos en guerras después del Éxodo, no fue gracias a su poder militar, sino a la intervención de Dios, como consiguieron poseer la tierra.
Dios había dado a Israel reposo de sus enemigos, pero quedaban algunas naciones a las que todavía había que desposeer. La victoria no era una realidad consumada e inmutable para Israel, sino una posibilidad siempre presente mediante la confianza constante en la fiel ayuda divina. ¿Qué similitudes existen entre la manera en que los israelitas conquistaron Canaán bajo el liderazgo de Josué y la forma en que los cristianos pueden vivir hoy una vida espiritual victoriosa? Lee Josué 23:10; Colosenss 2:15; 2 Corintios 10:3-5; Efesios 6:11-18. Las victorias de los israelitas no podían ser atribuidas a su fuerza y estrategia.
Del mismo modo, la victoria espiritual sobre el pecado y la tentación ha sido asegurada a través del sacrificio y la resurrección de Jesucristo, pero el pueblo de Dios debe hoy confiar constantemente en la habilitación del Espíritu Santo a fin de vivir una vida triunfante. ¿Por qué nos sigue resultando tan fácil pecar a pesar de contar con tantas promesas maravillosas?
Martes 16 de diciembre
LÍMITES DEFINIDOS
Utilizando las mismas palabras que se le dirigieron al principio del libro (Jos. 1:7, 8), Josué afirmó que la tarea que aguardaba a Israel no era principalmente de naturaleza militar, sino espiritual. Tenía que ver con la obediencia a la voluntad de Dios revelada en la Torá. ¿Por qué adoptó Josué una postura tan firme acerca de las relaciones de Israel con las naciones circundantes? (Jos. 23:6-8, 12, 13). El peligro al que Israel se enfrentaba no era la enemistad de las naciones restantes, sino su amistad. Las armas de ellas no representaban tal vez un desafío para Israel, pero su ideología y sus valores (o su falta de ellos) podrían resultar más dañinos que cualquier fuerza militar. Josué llamó la atención de los líderes al hecho crucial de que el conflicto en el que se habían visto envueltos era primordialmente, y en última instancia, espiritual. Por lo tanto, Israel debía preservar su singular identidad.
La prohibición de invocar el nombre de un dios, jurar por él y servirlo o inclinarse ante él tenía que ver con la idolatría. En el antiguo Cercano Oriente, el nombre de una deidad representaba su presencia y su poder. Invocar o mencionar los nombres de los dioses en los saludos cotidianos o en las transacciones comerciales significaba reconocer su autoridad y contribuía a que los israelitas buscaran su poder en tiempos de necesidad (comparar con Jue. 2:1-3, 11-13). El peligro de casarse con los cananeos que quedaban en la tierra consistía en que Israel perdiera su pureza espiritual. La intención de la amonestación de Josué no era promover la pureza racial o étnica, sino evitar la idolatría, que podía conducir al colapso espiritual de Israel. El caso de Salomón es un ejemplo dramático de las tristes consecuencias espirituales de los matrimonios mixtos (1 Rey. 3:1; 11:1-8).
En el Nuevo Testamento, se exhorta firmemente a los cristianos a no unirse en matrimonio con no creyentes (2 Cor. 6:14), aunque, en el caso de los matrimonios existentes, Pablo no aconseja al cónyuge creyente que se divorcie del incrédulo, sino que lleve una vida cristiana ejemplar con la esperanza de ganar al no creyente para el Señor (1 Cor. 7:12-16). La advertencia de Josué contra las asociaciones perjudiciales conduce inevitablemente a la cuestión de la relación del cristiano con el “mundo”. ¿Cómo podemos mantener una relación equilibrada con la sociedad que nos rodea? 141
Miércoles 17 de diciembre
LA IRA DEL SEÑOR
¿Cómo debemos interpretar las descripciones de la ira de Dios y su justicia retributiva en Josué (Jos. 23:15, 16) y en otras partes de las Escrituras? (Ver también Núm. 11:33; 2 Crón. 36:16; Apoc. 14:10, 19; 15:1). Israel ya había experimentado la ira del Señor durante su travesía por el desierto (Núm. 11:33; 12:9) y en la Tierra Prometida (Jos. 7:1), y era plenamente consciente de las consecuencias de provocar la ira de Dios al quebrantar el pacto. Estos versículos representan el clímax de la severidad de la retórica de Josué. Resulta chocante oír que el Señor destruiría a Israel, ya que el mismo término se había utilizado anteriormente para referirse a la aniquilación de los cananeos.
Tan cierto como que las promesas del Señor se habían cumplido fielmente en cuanto a la bendición de Israel, las maldiciones del pacto (Lev. 26; Deut. 28) también se harían realidad si los israelitas lo quebrantaban. A la luz del despojo y la destrucción de los cananeos, estos versículos demuestran una vez más que Dios es, en última instancia, el Juez de toda la tierra. Él declara la guerra al pecado independientemente de dónde se encuentre este. Israel no fue santificado ni adquirió méritos especiales por participar en la guerra santa, como tampoco los adquirieron las naciones paganas cuando más tarde se convirtieron en el medio del juicio utilizado por Dios contra la nación elegida. Israel debía decidir si haría de las gloriosas certezas del pasado el fundamento para afrontar el futuro.
A primera vista, la enseñanza bíblica acerca de la ira de Dios parece incompatible con la afirmación de que él es amor (Juan 3:16; 1 Juan 4:8). Sin embargo, es precisamente a la luz de la ira de Dios como la doctrina bíblica de su amor adquiere mayor relevancia. En primer lugar, la Biblia presenta a Dios como amoroso, paciente, abnegado y dispuesto a perdonar (Éxo. 34:6; Miq. 7:18). Sin embargo, en el contexto de un mundo afectado por el pecado, la ira del Señor es la respuesta de su santidad y justicia ante el pecado y el mal. Su ira nunca es una reacción emocional vengativa e impredecible. El Nuevo Testamento enseña que Cristo se hizo pecado por nosotros (2 Cor. 5:21) y que hemos sido reconciliados con Dios mediante su muerte (Rom. 5:10). Quien crea en él no tendrá que hacer frente a la ira de Dios (Juan 3:36; Efe. 2:3; 1 Tes. 1:10). El concepto de la ira de Dios lo presenta como el Juez Justo del universo que defiende la causa de la justicia (Sal. 7:11; 50:6; 2 Tim. 4:8).
Jueves 18 de diciembre
AFÉRRATE A DIOS
La única forma en que Israel podía evitar la tentación de la idolatría y la ira de Dios no era recordando constantemente lo que el pacto estipulaba que no debía hacer, sino fomentando una lealtad consciente y constante al Señor. El mismo verbo traducido como “fueron fieles” al Señor (ver Deut. 4:4), se utiliza también para describir el pacto matrimonial que se pretendía que existiera entre los cónyuges (Gén. 2:24) o la lealtad de Rut a Noemí (Rut 1:14). Es importante señalar que, según la evaluación de Josué, tal fidelidad había caracterizado a Israel como nación “hasta el día de hoy”. Lamentablemente, la misma afirmación no sería aplicable a períodos posteriores de la historia de Israel, como tristemente demuestra el libro de Jueces (Jue. 2:2, 7, 11; 3:7, 12; 4:1, etc.). Josué exhorta a Israel a amar al Señor, su Dios (Jos. 23:11; comparar con Deut. 6:5).
El amor no puede forzarse; si así fuera, dejaría de ser lo que esencialmente es. Ahora bien, ¿en qué sentido es posible requerir el amor de alguien? Para que Israel pudiera disfrutar continuamente de las bendiciones del pacto, debía permanecer fiel a Dios. El texto hebreo de Josué 23:11 es extremadamente enfático: “Tengan sumo cuidado, por la vida de ustedes, de amar al Señor su Dios” (NBLA). La palabra ‘‘ahabah, “amor”, puede referirse a una amplia gama de afectos humanos, como el apego amistoso, la intimidad sexual, la ternura maternal, el amor romántico y la lealtad a Dios. Si entendemos el amor a Dios como un compromiso consciente y como devoción a él, es posible exigirlo sin violar su verdadera esencia (comparar con Juan 13:34). Dios siempre quiso que la obediencia a sus mandamientos surgiera natural y espontáneamente de una relación personal con él (Éxo. 19:4 [“los he traído a mí”]; Deut. 6:5, comparar con Mat. 22:37), basada en lo que él hizo por su pueblo como demostración de su gran misericordia y amor.
El mandamiento de amar a Dios también expresa la naturaleza mutua, pero no simétrica, del amor divino. Dios desea entrar en una relación íntima y personal con cada persona que corresponda a su amor. En consecuencia, su amor para con todos constituye el marco para la manifestación de nuestro amor voluntario y mutuo. Jesús dio un mandamiento nuevo a sus discípulos. ¿En qué sentido era este mandamiento nuevo y antiguo al mismo tiempo? Lee Juan 13:34; 15:17; 1 Juan 3:11; comparar con Lev. 19:18.
Viernes 19 de diciembre
PARA ESTUDIAR Y MEDITAR:
Lee las páginas 559-561 del capítulo “Las últimas palabras de Josué” en el libro Patriarcas y profetas, de Elena de White. “Satanás engaña a muchos con la plausible teoría de que el amor de Dios por sus hijos es tan grande que excusará el pecado de ellos; asevera que si bien las amenazas de la Palabra de Dios están para servir a ciertos propósitos en su gobierno moral, nunca se cumplirán literalmente. Pero en todos sus tratos con los seres que creó, Dios ha mantenido los principios de la justicia mediante la revelación del pecado en su verdadero carácter; demostró que sus verdaderas consecuencias son la miseria y la muerte. Nunca existió el perdón incondicional del pecado, ni existirá jamás. Un perdón de esta naturaleza sería el abandono de los principios de justicia que constituyen los fundamentos mismos del gobierno de Dios.
Llenaría de consternación al universo inmaculado. Dios ha indicado fielmente los resultados del pecado, y si estas advertencias no fuesen la verdad, ¿cómo podríamos estar seguros de que sus promesas se cumplirán? La así llamada benevolencia que quisiera hacer a un lado la justicia, no es benevolencia, sino debilidad. “Dios es el Dador de la vida. Desde el principio, todas sus leyes fueron ordenadas para perpetuar la vida. Pero el pecado destruyó sorpresivamente el orden que Dios había establecido, y como consecuencia vino la discordia. Mientras exista el pecado, los sufrimientos y la muerte serán inevitables. Únicamente porque el Redentor llevó en nuestro lugar la maldición del pecado puede el hombre esperar escapar, en su propia persona, a sus funestos resultados” (Elena de White, Patriarcas y profetas, pp. 560, 561).
PREGUNTAS PARA DIALOGAR:
1. Rememora las evidencias de la fidelidad de Dios en tu vida. ¿Qué puedes señalar al respecto? Al mismo tiempo, ¿cómo respondes cuando las cosas no resultan como esperabas o pedías en oración, o cuando las promesas reclamadas se encuentran con el silencio?
2. Analiza la enseñanza bíblica acerca de la ira de Dios. ¿Cómo presentarías la ira del Señor como parte del evangelio?
3. ¿Qué principios puedes extraer de la lección de esta semana respecto a la relación con los no creyentes? ¿Cómo podemos encontrar un equilibrio entre nuestra fidelidad a los principios y prácticas correctas y nuestra relación con las personas para servirles y velar por su bienestar?
4. ¿Qué obstáculos te impiden aferrarte al Señor de todo corazón?
